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CRÓNICA: ‘Los huevos prehistóricos’

Por: @jhonnylozano


La primera página de Cien años de soledad la conocemos casi de memoria: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella remota tarde en la que su papá lo llevó a conocer el hielo»… García Márquez, con magistral pericia empezaba a confeccionar una descripción que encantaría al mundo. En esa aldea llamada Macondo describió unas piedras gigantes que parecían «huevos prehistóricos» una clara referencia al tamaño descomunal de las rocas sobre las que danzaban las diáfanas aguas del río.

No hay que ir tan lejos para apreciar el tamaño de unos huevos prehistóricos. Basta con ir al Murillo Toro y ver a los hombres elegidos por el profe Gamero para enfrentar a Nacional anoche. Con generosidad, los jugadores del Deportes Tolima se entregaron sin reservarse esfuerzo alguno, ante un rival que hizo de la posesión de la pelota su arma más peligrosa.

Nacional la tuvo todo el tiempo. Casi todo el tiempo. Bastó que Mafla mirara el número de  Plata en un pase con ventaja del colosal Larry Vásquez, para que Anderson buscara a Ramos. Jorge se jugó los huesos contra Palacios y dejó el balón en las piernas de Castro. Ahí, Álex volvió a congelar el tiempo. Con gracia, su control dirigido orquestó el bombazo cruzado a la izquierda de un Cuadrado que se mezclaba entre la sorpresa y la impotencia. Estalló el Murillo Toro.

Las gargantas tenían que aguantar porque Nacional siguió controlando territorio y pelota. El triunfo estuvo vestido siempre de incertidumbre. Osorio dio un concierto táctico y planteó mil alternativas distintas para vulnerar al inseguro Cuesta. Fue inútil. Julián Quiñones erigió una muralla que se cansó de rechazar balones. El capitán fue la figura de la cancha por haber defendido sin ceder un milímetro pese al condicionamiento de la amarilla tempranera cortesía de un túnel artístico de Jarlan.

Nacional mostró que conoce al Tolima. Le planteó un partido físico y con volumen de juego, una mezcla difícil de conseguir. Sin embargo, los locales aguantaron el rigor y en ocasiones se insinuaron peligrosos con la velocidad de Plata, los desdobles de Larry Vásquez o los intentos de Ramos.

La victoria no se puede explicar mucho desde el juego, ellos, sin duda, fueron superiores; pero se estrellaron contra unos huevos prehistóricos dignos de comparar con aquellos que García Márquez usó como recurso para adornar a Macondo. Los huevos de otro hijo de Magdalena, Alberto Gamero, que si bien jamás ganará un Nobel ha logrado hazañas memorables en su paso por el conjunto de Ibagué.

De ñapa: A este equipo hay que acompañarlo siempre y Álex Castro se puede vender más caro que Villa. Teléfono senador.

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